La tarde iba envejeciendo mientras el castillo de Sohail se teñía de un pálido anaranjado que me infundía una aguda tristeza.
Afortunadamente estabas tú para arrancarme una sonrisa.
Mientras conversábamos de las cosas más banales te iba observando con detalle, tu pelo negro estratégicamente peinado, tu frente clara a pesar del bronceado estival, tus ojos torrenciales, tu nariz imperfecta y tu boca sonrosada protegida por un ejército perfectamente alineado.
Me gusta tu sonrisa, mucho, y eres insultantemente bello.
Pese a esto, en el mismo instante en que me abandonas para atender una de las necesidades más básica del ser humano, te vas mucho más allá del aseo y su recuerdo acude a mi memoria. Lo imagino junto al mástil de la torre mayor del castillo, que sigue desdibujándose en la distancia. Y pienso que me mira con nostalgia, que me llama sin palabras y me desea con tanta intensidad que incluso se le hace difícil respirar.
Sigo observando las sombras y pienso para mí lo absurdo que soy.
No está, y si estuviese no me miraría, y si me mirase no gritaría mi nombre, y si me llamara no querría que acudiese, y si me quisiera a su lado no me desearía, y si me deseara, no se dejaría arrastrar, y si se dejase llevar no lo conduciría hasta el placer, y si lo hiciera gozar, sería presa del remordimiento. Pero, ¿y si no hubiese remordimientos, si su amor fuese libre?
Afortunadamente estabas tú para arrancarme una sonrisa.
Mientras conversábamos de las cosas más banales te iba observando con detalle, tu pelo negro estratégicamente peinado, tu frente clara a pesar del bronceado estival, tus ojos torrenciales, tu nariz imperfecta y tu boca sonrosada protegida por un ejército perfectamente alineado.
Me gusta tu sonrisa, mucho, y eres insultantemente bello.
Pese a esto, en el mismo instante en que me abandonas para atender una de las necesidades más básica del ser humano, te vas mucho más allá del aseo y su recuerdo acude a mi memoria. Lo imagino junto al mástil de la torre mayor del castillo, que sigue desdibujándose en la distancia. Y pienso que me mira con nostalgia, que me llama sin palabras y me desea con tanta intensidad que incluso se le hace difícil respirar.
Sigo observando las sombras y pienso para mí lo absurdo que soy.
No está, y si estuviese no me miraría, y si me mirase no gritaría mi nombre, y si me llamara no querría que acudiese, y si me quisiera a su lado no me desearía, y si me deseara, no se dejaría arrastrar, y si se dejase llevar no lo conduciría hasta el placer, y si lo hiciera gozar, sería presa del remordimiento. Pero, ¿y si no hubiese remordimientos, si su amor fuese libre?
Entonces, sin duda, correría a su lado.
Así las cosas aparece el antiguo tú sacándome de estos pensamientos suicidas, pero ni siquiera su imagen puede evitar que permanezca en lo más hondo un poso de melancolía que me acompaña durante la deliciosa cena, en los besos torpes, entre abrazos escrutadotes, ni siquiera cuando le hago el amor invadido mi cuerpo de lujuria y desatado en el suyo el placer.
Y me detesto por ansiar tu cuerpo mientras abrazo a un dios, y por codiciar tu gemido despreciando el canto de sirena, y por ambicionar tu deseo desechando la entrega del amante.
Y quizá sea el momento del orgasmo el único en que tu imagen desaparece y me quedo solo. Un instante apenas en el que no existe nada más y me siento inmenso.
Y pasados estos segundos vuelve el aliento entrecortado mientras empiezo a reconstruirme.
Recostado en la cama, sus brazos se entrelazan a mi cuerpo y va sembrando de pequeños besos mi piel aún jadeante.
Soy incapaz de moverme.
Has vuelto, y casi te desprecio por ello.
Así las cosas aparece el antiguo tú sacándome de estos pensamientos suicidas, pero ni siquiera su imagen puede evitar que permanezca en lo más hondo un poso de melancolía que me acompaña durante la deliciosa cena, en los besos torpes, entre abrazos escrutadotes, ni siquiera cuando le hago el amor invadido mi cuerpo de lujuria y desatado en el suyo el placer.
Y me detesto por ansiar tu cuerpo mientras abrazo a un dios, y por codiciar tu gemido despreciando el canto de sirena, y por ambicionar tu deseo desechando la entrega del amante.
Y quizá sea el momento del orgasmo el único en que tu imagen desaparece y me quedo solo. Un instante apenas en el que no existe nada más y me siento inmenso.
Y pasados estos segundos vuelve el aliento entrecortado mientras empiezo a reconstruirme.
Recostado en la cama, sus brazos se entrelazan a mi cuerpo y va sembrando de pequeños besos mi piel aún jadeante.
Soy incapaz de moverme.
Has vuelto, y casi te desprecio por ello.